martes, 13 de abril de 2010

Cuadernillo N° 19 - LEYES UNIVERSALES

LOS SIETE PRINCIPIOS TRANSPERSONALES

Todo hombre dispuesto a compartir sufre una contradicción cuando trata de compartir cosas materiales.

La sabiduría no es patrimonio del hombre, sino de los dioses que habitan en los hombres.

El derecho a ser está indisolublemente unido al de permanecer.

El miedo a volver la vista atrás hace que la luz de delante ilumine sólo la mitad del cuerpo.

Sólo los acordes de la sonrisa abren los candados de la intransigencia.

Las ideas que hacen avanzar a los hombres anidan en mentes situadas en lugares inaccesibles para los que no saben mirar.

Escuchar los cantos de las aves nocturnas hace al hombre identificar su conexión con la profundidad.

LOS SIETE PRINCIPIOS TRANSPERSONALES

Hay una especie de pulsación en lo más profundo de la esencia del ser humano que lo empuja en un constante afán por encontrar respuestas a los eternos interrogantes que siempre se ha planteado. Esa señal, que se manifiesta de forma intermitente como latidos de un corazón, no es otra cosa que la búsqueda incesante de la conexión con su origen.

Así, a lo largo de su vida va descubriendo, unas veces por comprensión y otras por dolor, el por qué y el para qué de su existencia. Todo lo que vive, piensa o siente conforma un campo de experiencias que le obliga constantemente a contrastar sus impulsos internos con el mundo que lo rodea. Se produce entonces un foco de tensión, pues pocas veces el entorno en el que se desenvuelve da satisfacción a sus expectativas espirituales. Y recurre a su capacidad reflexiva y razonadora para intentar comprender lo que le sucede, olvidando -la mayoría de las veces- incorporar otro aspecto de su mente con el que está menos familiarizado: su capacidad para "entender en forma global". Por lo que cuando ello ocurre, surge la pregunta: "¿Por qué me sucede esto?" Se produce entonces un sondeo buscando respuestas cual gigantesca antena abierta al Cosmos rastreando en la inmensidad del universo silencioso y lejano.

Solo que esa actitud –común en nuestro mundo occidental- de buscar fuera, no hace sino patentizar la falta de fe en el ser humano. Es decir, necesitamos que las respuestas provengan de algo más elevado que nosotros mismo. La trayectoria seguida por nuestra civilización se ha empeñado durante los siglos en considerar que la seguridad sólo puede obtenerse a través del conocimiento y que para llegar a éste se hace necesario ajustarse al método científico. Sólo así -nos dicen- nos veremos libres del engaño y podremos percibir la realidad objetiva.

Es por eso que, cuando surge el sentimiento de insatisfacción ante la falta de respuestas al impulso trascendente por parte de esa realidad científica tan observable, el hombre intenta referenciarse en lo insondable de la creación que lo rodea, pero no busca en lo mas cercano, sino que dirige su mirada a la inmensidad del Cosmos, abre las puertas de su mente, y espera expectante y ávido.

Y es en esos momentos en que detiene la maquinaria de su mente razonadora y abre las compuertas de nuevas áreas cerebrales, localizadas en su hemisferio derecho, cuando puede percibir sensaciones, intuiciones y, en ocasiones, respuestas que su mente identificada de inmediato como provenientes del Padre, de su Creador que es quien "sabe” los "porqués" y "para qués" que está buscando. El contenido -inefable en muchas ocasiones- de esas experiencias, le confirma que ha llegado al contacto con la Fuente.

La sabiduría de los ancianos, nos enseña que las experiencias, sean del signo que sean, sólo tienen valor cuando sirven como espoleta para asimilar o incorporar un nuevo aprendizaje. Si no es así, si no se producen cambios significativos en nuestra concepción del mundo, la experiencia en sí carecerá de valor. Pero sí se produce, ese conocimiento -ya asimilado- nos impulsará a incidir en nosotros y en nuestro entorno produciendo modificaciones constantes.

Cuando el ser humano vislumbra siquiera su trayectoria como espíritu en evolución suele caer en procesos mentales que abren el lado oscuro de la mente. Pero, ¿por qué se llama lado oscuro? ¿Hay, acaso, un lado claro?

Efectivamente. Y vamos a explicarlo. En las experiencias místicas, o en lo que se ha dado en llamar por la moderna Psicología Transpersonal "estados alterados de conciencia", se pueden identificar dos tipos de procesos mentales.

En el primero englobaríamos aquellos que nos llevan a callejones sin salida, oscuros y solitarios, donde el ego marca las referencias. Uno se distancia del resto de sus semejantes, en un claro proceso de fisión. Se siente gota de aceite que flota en el agua y un sentimiento de individualidad, tenido de soberbia, crea la separación, la disociación con los otros elementos. En estos procesos se piensa en YO (Ego) o, a lo sumo, en NOSOTROS (mayestático NOS)- cuando la experiencia es compartida por un colectivo.

En el segundo, encontraríamos la tendencia contraria, es decir, la experiencia nos llevaría a la identificación, la unión, la fusión con lo y los que nos rodean. Procesos mentales que nos llevarían a ese lado claro de la mente, colocando frente a nosotros campos abiertos, luz y compañeros. Se conjugaría el TU y el VOSOTROS, pensando en el bien común por encima del individual.

Estos dos posicionamientos vitales contrapuestos podemos encontrarlos en cualquiera de las facetas de nuestra sociedad y nuestra ciencia: en la Física, en la Química, en la Biología, en la Psicología, en la Sociología....

Hace un año y medio, desde esta sección, intentamos profundizar en los legados de la sabiduría ancestral y fuimos recorriendo cada una de las Leyes del Kybalión con el propósito de "reactualizar" su contenido y descubrir que esas siete verdades inmutables seguían vigentes hoy, en plena era de la informática y las comunicaciones, y que tenían referencias aprovechables para iluminar la andadura de los buscadores.

Y constatamos que la septégesis es la clave de manifestación de este universo, y ahora, acercaremos aún más el foco en este viaje desde lo genérico a lo concreto, desde lo global a lo particular, desde lo universal a lo personal, desde lo grande a lo pequeño, embarcándonos en un nuevo roto: plasmar también en siete estadios o aspectos, la estructura mental del ser humano de nuestra civilización occidental, cuando se enfrenta a su propia trascendencia.

LOS SIETE PRINCIPIOS TRANSPERSONALES

1°) "Todo hombre dispuesto a compartir sufre una contradicción cuando trata de compartir cosas no materiales".

2°) "La sabiduría no es Matrimonio del hombre, sino de los dioses que habitan en los hombres".

3°) "El derecho a ser está indisolublemente unido al de permanecer"

4°) El miedo a volver la vista atrás hace que la luz de delante ilumine sólo la mitad del cuerpo".

5°) "Sólo los acordes de la sonrisa abren los candados de la intransigencia" .

6°) "Las ideas que hacen avanzar a los hombres anidan en mentes situadas en lugares inaccesibles para los que no saben mirar".

7°) "Escuchar los cantos de las aves nocturnas hace al hombre identificar su conexión con la profundidad".

Estos enunciados -de contenidos aparentemente crípticos y sobre los que profundizaremos- nos van a obligar a realizar un constante ejercicio de utilización de nuestros dos hemisferios cerebrales, pues, por un lado, será necesario manejar el razonamiento lógico (parte frontal e izquierda), y, por otro, la capacidad intuitiva (parle occipital y derecha, identificada con el subconsciente) único modo de descifrar los contenidos simbólicos y arquetípicos.

Precisamente esas son las bases en las que se asientan los postulados más progresistas de la Pedagogía y la Psicología: la potenciación de todas nuestras áreas cerebrales, al objeto de lograr una percepción más global y, como consecuencia, la ampliación de la conciencia, verdadero y último objetivo de la evolución.

Así, en ese ejercicio de simbiosis perfecta de nuestras potencialidades, podemos englobar esos siete principios en un octavo que engloba los anteriores:

"Cuando el hombre aprende n compartir sus conocimientos y busca su identidad en los demás, sabe que permanecerá para siempre, sin temor a volver a mirar su pasado, pues habrá entendido que sólo se cierran las puertas de la sabiduría a aquellos que, por intransigencia, no admiten las ideas elevadas que fluyen como los cánticos nocturnos de las aves desde la profundidad del que se encuentra en conexión con el ser".

PRIMER PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"Todo ser humano dispuesto a compartir sufre una contradicción cuando se trata de compartir cosas no materiales."

Vivimos en un mundo en constante cambio. Día a día asistimos al desmoronamiento de conceptos, creencias e ideas que habían permanecido sólidamente asentadas durante muchos años. Las instituciones han perdido sus objetivos -antes claros y definidos- y se esfuerzan por sobrevivir intentando aplicarse un barniz que no engaña a nadie. Las tendencias políticas se desdibujan y entremezclan con otras que hasta hace muy poco eran consideradas antagónicas. Los nuevos descubrimientos científicos demuestran los errores de los postulados del pasado y no hay disciplina en los últimos veinte años que no se haya visto en la necesidad imperiosa de revisar sus planteamientos.

Todo es cambio y, si el cambio es signo de vida, podríamos afirmar que nunca nuestro mundo ha estado tan vivo. Bien es verdad que ante esta marcada tendencia por el movimiento se producen en los sectores más reaccionarios de todas las culturas intentonas inmovilistas y conservadoras que se empeñan en mantener "lo viejo conocido" antes de arriesgarse a explorar nuevos caminos. Sin embargo, y a pesar del "ruido" que estas facciones radicales puedan organizar, la dirección esta clara: la humanidad de este planeta debe afrontar nuevos retos en los próximos años, retos que sin duda le permitirán dar un paso adelante en su trayectoria evolutiva.

Desde todos los ámbitos sociales se apuesta por los nuevos paradigmas que deberán sustituir paulatinamente a los que han imperado desde la revolución industrial. Aquella etapa de nuestro desarrollo está siendo superada y se promueven cambios drásticos desde todas las ramas del saber y de la ciencia: en Pedagogía se exploran las capacidades cerebrales que parecen estar despertando en nuestros niños; en Psicología se amplían las fronteras, abarcando aspectos del ser humano mucho más profundos: en Medicina se empiezan a contemplar facetas globales en la manifestación de las enfermedades, relacionando la influencia de la mente y los estados anímicos en todo proceso de degeneración física. También la Ecología parece traspasar las fronteras de nuestro planeta, contribuyendo a que tomemos conciencia de que somos parte de un gran universo. Paralelamente, surgen nuevas concepciones sobre el sentimiento religioso innato en el ser humano.

Todas estas nuevas ideas parecen sufrir un proceso similar. Aparecen un día y después, tímidamente, comienzan a ser difundidas por los medios de comunicación, de forma que al cabo de unos pocos años se produce un fenómeno sorprendente que se repite cada vez en lapsus menores de tiempo: los nuevos conceptos arraigan en la mente de las personas de un modo tal que se produce en ellos una auténtica transformación.

Tal vez sea porque eso nuevo que nos llega -y que podríamos englobar dentro del término "nueva conciencia"- provoca en nosotros un efecto curioso: no incorporamos lo que viene de fuera, sino que la "nota" que suena en el exterior hace que, por sintonía vibratoria, algo despierte y se active en nuestro interior. Y, curiosamente, ese es el verdadero sentido de la educación. La etimología de la palabra "educar" es precisamente "conducir", pero sacando de dentro hacia afuera. No se trata de meter datos en nuestro cerebro, sino de que los estímulos exteriores produzcan una reacción interna para despertar el conocimiento. ¿Estamos, quizás, descubriendo nuestro "paradigma personal" a través de los nuevos paradigmas que nos proponen los hombres de ciencias y de letras?

Desde luego, lo que si se puede afirmar -con rotundidad- es que no se traba de una moda pasajera. Cuando en los años sesenta empezó a hablarse de la Era de Acuario y de la Nueva Era, se activaron "militantes" por todo el planeta. Muchos de ellos -los que, se quedaron en la parte externa del fenómeno, los que realmente seguían los dictados de una nueva moda- abandonaron enseguida, pero los aires de cambio que se respiraron entonces llenaron los pulmones de millones de personas que siguen hoy palpitando con las ideas del cambio.

Y es de esos cambios, dolorosos en muchas ocasiones, de lo que queremos hablar. El primero de todos nos enfrenta a un replanteamiento profundo en las relaciones humanas:

"Todo ser humano dispuesto a compartir, sufre una contradicción cuando se trata de compartir cosas no materiales".

Aparentemente, se han roto las barreras en la comunicación; el desarrollo de las redes informáticas nos ha abierto ventanas para asomarnos a todos los rincones del mundo: la Información, los datos, están al alcance de cualquiera que pueda tener acceso a un ordenador personal... Sin embargo, ¿Se trata realmente de eso? ¿Estamos hablando de compartir datos cuando nos referimos a "cosas no materiales"?

Me da la impresión de que no. Ese podría ser un primer paso y, quizá incluso, un paso medio falso, ya que la mayoría de esas ventanas por las que nos enseñan el mundo no son sino páginas amarillas que anuncian multitud de cosas que alguien vende y que realmente no necesitamos. Por otro lado, la información que así se ofrece, es - en la mayoría de las ocasiones- sesgada, parcial e incluso tendenciosa. ¿Es que acaso no se guardan los grandes descubrimientos en secreto hasta que se han explotado suficientemente? ¿No se callan los avances en las investigaciones hasta que sus artífices estén seguros de que su publicación les acarreará los consecuentes beneficios? ¿No se archivan proyectos interesantes por considerarse demasiado atrevidos? Luego la era de las comunicaciones, como se ha dado en llamar a esta época que vivimos, no es un espejismo.

Comunicar es comulgar. Concretamente, y según nuestro diccionario, significa "coincidir en ideas o sentimientos con otra persona". Y las ideas que se expresan para compartir (partir con) llevan una carga energética positiva que llega al corazón, de forma que no sólo se entienden, sino también se asumen; es decir, comunicando estamos haciendo compañeros de viaje. Por el contrario, convencer (vencer con) crea vencedores y vencidos. Es por eso que los procesos mentales cuya expresión está basada en la dialéctica y en la defensa de nuestras posiciones personales, pretendiendo agotar la resistencia del otro con todo tipo de argumentaciones, no producen sino frustración y soledad.

Entonces, ¿por qué nos empeñamos en convencer, cuando resultaría mucho más lógico, más humano, comunicar? Parecería como si, a pesar de todos los avances, no hubiéramos conseguido erradicar el miedo, uno de los factores más importantes para el cambio en las relaciones. Tenemos miedo a lo desconocido, a la soledad, a no ser aceptados o valorados, al rechazo, al fracaso, a perder lo que poseemos, a que los demás nos conozcan, a ser demasiado vulnerables...

Y es aquí, precisamente, frente a esos miedos que aún persisten, donde las nuevas concepciones están jugando un papel fundamental. Porque de alguna forma, casi intuitiva, nos están empujando a disipar esos miedos a través del vínculo que nos une a esa gran familia que es la humanidad. Las nuevas relaciones son sinérgicas, holísticas, abiertas, alegres: atienden más a los procesos que a los resultados, buscan la esencia en vez de las formas. Así, estas experiencias de vinculación con personas a las que no nos unen lazos familiares sino una comunidad de objetivos, nos proporcionan sentimientos de unidad, plenitud, aceptación y empatía. Son integradoras, no excluyentes, están basadas en la confianza mutua y garantizan la intencionalidad positiva. Al ampliarse la visión, uno se siente parte de una gran familia planetaria basada en pequeños grupos y comunidades distribuidas como una gran red que forma el tejido embrionario donde se asentará la nueva sociedad.

Forma parte de nuestra cultura y de nuestras creencias religiosas dar cosas materiales, pero ¿quién se atreve a mostrar sus sentimientos?, ¿quién a dejarse conocer? ¿Quién a abrirse y confiar en lo: demás?, ¿quién permite que descubran sus debilidades? Posiblemente, el futuro nos deparará sorpresas, pero ninguna tan extraordinaria como la apertura del corazón de una humanidad que habrá entendido, por fin, que sólo compartiendo el interior es como se transmuta el exterior. ¡Ojalá lo podamos ver!

SEGUNDO PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"La sabiduría no es patrimonio del hombre, sino de los dioses que habitan en los hombres0

La búsqueda de nuestra identidad profunda, el conocimiento de nosotros mismos, el despertar del sueño en que nos hallamos inmersos es la estrella polar a la que dirigimos nuestra brújula personal. Son los métodos, las formas, los caminos para conseguirlo los que han separado a los seres humanos haciéndonos militar en bandos que, en muchas ocasiones, parecían antagónicos.

Podríamos decir que esa búsqueda de conocimiento ha tenido dos grandes vertientes: la del mundo oriental y la del occidental. Como si fueran dos hemisferios cerebrales, ambas tendencias han estado escindidas por una fisura que durante siglos fue infranqueable. Sin embargo, desde comienzos de este siglo y merced a los viajeros e investigadores que se acercaron por las lejanas tierras de Oriente buscando aires nuevos a sus inquietudes, lo que antes era desconocido y lejano se nos ha ido acercando y nuestra nuestro bagaje personal y social, está ya Mido por esas ideas.

En términos generales -y de igual manera que sucede con nuestro cerebro-, las dos visiones de la realidad son complementarias. En 0riente se buscan las respuestas mirando hacia dentro, en la quietud, el silencio y la pasividad. En accidente, en cambio, esperamos que las soluciones vengan siempre de fuera, ¡el entorno, de los demás.

Cuando uno siente la necesidad de hallar respuestas -y puede sentirlo de las más variadas formas-, normalmente busca en postulados o filosofías que están muy alejadas de lo que ha vivido hasta ahora, pensando que de esa forma "se compensan" las carencias. Resulta bastante habitual que uno se lance al "vacío" de la filosofía Zen cuando está rebosando de actividad: muchos ejecutivos vencen el estrés con yoga, otros sus problemas de comunicación con cursillos de convivencia, otros sus desórdenes alimenticios con retiros de ayuno... Pero seguimos cayendo en la misma trampa: no integrar, no refundir, no unificar esas cosas tan aparentemente distantes.

Normalmente, la experiencia vital termina decantando una postura y poco a poco el péndulo comienza a describir un recorrido cada, vez más corto, buscando ese punto de equilibrio interior del que nos habla la esencia de todas las Filosofías. Mientras tanto, hay peleas y desplantes, posturas encontradas que defienden un conocimiento por encima de los demás. Nos sentimos poseedores de la verdad y retamos al resto a que demuestren lo contrario, pensando que sólo así se darán cuenta de que son ellos los que están equivocados.

Sin embargo, llega un momento en que las personas, por reflexión o por intuición -da igual el camino que empleen- se dan cuenta de algo sorprendente: muchas veces eso que buscan, ese conocimiento, no proviene de fuera, no corresponde a lecciones más o menos aprendidas o a teorías más o menos acertadas, sino que surge de dentro. Es un momento desconcertante que sólo puede ser entendido por aquellos que lo han vivido; y es que lo aprendido (desde el exterior) se matiza, se concreta, se vivencia, toma forma cuando se mezcla con otro conocimiento proveniente de nuestro universo interior. Y es entonces cuando se produce la alquimia, cuando el conocimiento se convierte en sabiduría.

Curiosamente, ya hay ramas, del saber- -como la Pedagogía-, que comienzan a dar valor a una inteligencia que no se puede medir por los tests de cociente intelectual, sino a un conocimiento intuitivo que se despierta en ocasiones y produce la comprensión global de cualquier cosa. La Psicología nos habla de reactualizar o reactivar a través de las emociones todos los sucesos para poder integrarlas. Es como si entráremos en una enorme estancia llena de los más variados objetos y nuestra inquietud nos proporcionase una linterna con la que ir "descubriendo", "conociendo" todos esos objetos a medida que los vamos alumbrando con el haz de luz. Sería algo así como darse cuenta, conocer, saber, ser conscientes de las cosas que siempre habían estado ahí esperando ser "alumbradas".

Solemos decir que no hay evolución sin consciencia y eso significaría que nuestro espíritu en su constante deambular a través de mundos y épocas, va experimentando el conocimiento, redescubriendo el Universo en el que se halla inmerso, porque sólo conociéndole, siendo consciente de él, podrá un día crear el suyo propio, tal como parece ser el objetivo de la evolución. Por tanto, la VERDADERA SABIDURÍA NO ES PATRIMONIO DEL HOMBREO SINO DE LOS DIOSES QUE HABITAN EN LOS HOMBRES.

Tal vez -como dicen las tradiciones esotéricas-, nuestro espíritu, nuestro Yo interior, el Yo profundo, la chispa divina, nuestra parte de Dios, la esencia de la que formamos parte, posea todas las claves y tenga acceso no sólo al programa de esta vida sino a la trayectoria seguida por el espíritu desde que fuera exhalado por el Creador; y, tal vez, eso de la evolución sea solamente ir dejando atrás los distintos ropajes con los que se va disfrazando para poder acumular experiencias y llegar un día a manifestarse en su totalidad, sin filtros que distorsionen su propia luz.

Rabindranath Tagore decía que la felicidad verdadera y duradera era la que surgía del interior, no la efímera que nos proporcionaban las circunstancias o las personas. Es posible que la luz del conocimiento también surja de nuestro interior y que la iluminación se produzca de dentro hacia fuera, no a la inversa como estamos empeñados en conseguir.

La evolución consiste en contrastar con el exterior lo que se va despertando en el interior; o, dicho de otra forma, el espíritu -que lo tiene todo integrado porque es el Todo- se reviste de una serie de capas que formarían la inconsciencia. La evolución, por tanto, consistiría en ir eliminando capas de inconsciencia opacas- y sustituirlas por las de consciencia -transparentes-. Sustitución que se haría por eL contraste y la experimentación. Es decir, a medida que la mente va encajando piezas del gran puzzle que es la vida y el Universo va avanzando en la comprensión, transmutando la inconsciencia en consciencia.

Así, paulatinamente, la luz del espíritu va iluminando a su propia manifestación mente, astral y físico-, siendo la mente la que primero comienza a incorporar ese impulso, intuyendo que quizás sea Dios. Poco a poco, lo que empieza con un quizás va confirmándose, haciéndose certeza cuando la consciencia se integra en el espíritu. Es como si el polo positivo o esencia, por fin, pudiera trasvasar su energía al polo negativo o consciencia, dando lugar a una fuerza inimaginable que generarla un nuevo Universal final de su recorrido por la escala evolutiva.

TERCER PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"El derecho a ser está indisolublemente unido al de permanecer"

El antiguo axioma que dice que antes de dejar este mundo todos deberíamos haber escrito un libro, tenido un hijo y plantado un árbol no refleja sino una necesidad presente en todos los seres humanos: la de la permanencia.

La idea de la pérdida de identidad puede abordarse tanto desde el punto de vista de la psicología como del de la trascendencia. Desde un enfoque psicológico, observamos cómo la individualidad llega a crear serios problemas en la manifestación de la personalidad. Patologías como el autismo, la incomunicación, el aislamiento, la depresión, la timidez exacerbada, la neurosis, las fobias, las manías, etc., no son sino síntomas del miedo y de su consecuencia directa: la inseguridad. Y de ahí que, para defendernos de los condicionantes -que casi, siempre considerarnos que provienen del exterior- utilicemos una serie da ropajes, de "personajes" internos arquetípicos que aparecen cuando la situación lo requiere.

En ese contexto, los arquetipos funcionan –generalmente- como escudos con los que intentamos protegernos de las frustraciones que nos causa la vida cotidiana. El problema es que "ropajes" pueden llegar a dominar de tal forma la situación que terminan por controlar las manifestaciones de nuestra personalidad. A veces juegan tan bien su papel que llega un momento en que la persona no sabe si es el ejecutivo agresivo que parece en un momento determinado o, según las circunstancias de la vida, el huérfano indefenso, el guerrero de armadura o el duende, el bufón, el juez o, quizá, el mago. Imágenes todas ellas que nos sirven para relacionarnos con el mundo

Sin embargo, esta forma de enfrentarnos a los acontecimientos produce tensiones, ya que la realidad siempre contrasta con los impulsos internos. Es entonces cuando el hombre no tiene más remedio que enfrentarse a sí mismo y preguntarse: ¿Quién soy yo? ¿Soy el médico que trabaja? ¿Soy el padre? ¿Soy el marido? ¿Soy el socio del club de filatelia? ¿Soy el hijo? ¿Soy el amigo? ¿Soy el compañero del equipo de paddle?... ¿Quién soy yo? Terrible pregunta cuando se hace desde lo más profundo de uno mismo. Y las respuestas suelen ser casi siempre funcionales. Es decir, respondemos con la tarea, con el papel que desempeñamos, pero no con la esencia.

Sucede lo mismo que con el concepto de "amor", que ha sido definido cientos de veces pero siempre en relación a su manifestación, no a su esencia. Porque, cuando hablamos amor solemos definir la relación afectiva entre los seres humanos y, sin embargo, el amor es algo mucho más poderoso, amplio y esencial que cualquiera de sus manifestaciones

Normalmente, el corazón humano no está acostumbrado a asumir grandes dificultades emocionales. Es por ello que, generalmente, sólo algunos acontecimientos extraordinarios -como la muerte de un ser querido, una ruptura emocional o un sonado fracaso profesional- pueden llegar a alterar nuestro ritmo vital lo suficiente como para que el sentido de la vida adquiera tintes o ribetes distintos. Y es en esos puntos de inflexión donde se produce habitualmente el viraje en la dirección que da lugar a una transformación personal y al replanteamiento de los viejos pilares en los que estábamos asentados.

La consecuencia de tales experiencias suele ser un cambio profundo, pues tarde o temprano la nueva forma de percibir la realidad produce alteraciones en el trabajo, la pareja, la vocación, las amistades, las aficiones, los objetivos de vida, etc.

Y en todo este proceso de transformación el hombre maneja continuamente dos conceptos: muerte y nacimiento. La muerte de lo antiguo -sus costumbres, roles, escala de valores- y el nacimiento de un nuevo ser que lucha por ser autónomo, aunque interdependiente con sus semejantes y el entorno. En realidad, lo único que intenta es dar respuesta a aquella pregunta original que se planteó al principio: ¿Quién soy yo?

Comienza entonces a replantearse su propia trascendencia. Paulatinamente se va adaptando a los cambios y empieza a admitir que cada día muere algo de nosotros y algo nuevo nace. Descubre que todo muta, que su propio cuerpo es -según lo confirman los científicos-un organismo nuevo cada siete años, un organismo distinto porque todas sus células se han renovado. Y también su psique va admitiendo la idea de la transmutación como una fase más de la vida, que no es sino continuidad.

En esas circunstancias, el hombre buscará nuevas respuestas que satisfagan su necesidad de conocimiento e Irá descubriendo distintas teorías: reencarnación, vida más allá de la muerte, existencias en otros planos no materiales, evolución permanente, experiencias de trans-comunicación... Recogerá y asimilará aquellas que sea capaz de entender con su mente y comprender con su corazón porque sintonicen con su saber innato. Comenzará a abrir su mente a otras realidades más globales, romperá los limites esclerotizados por la comodidad y el miedo y, siguiendo los designios de su propia mente- que le irá haciendo ampliar cada vez más su horizontes-, se adentrará por rumbos desconocidos.

Este proceso, que es esencialmente personal, también puede abordarse de una forma más global. Así cuando el hombre se plantea un holocausto mundial, la posibilidad de que la humanidad desaparezca masivamente, se remueven resortes que nunca antes hablan hecho acto de presencia. Y es entonces, precisamente, ante la posible destrucción de la raza humana, cuando dentro de cada uno de nosotros surge la energía que intenta parar tales acontecimientos. El miedo a la desaparición como especie es un temor inconsciente y muy arraigado que lleva al- hombre a pensar que si él, como ser individual muere, no hay por qué preocuparse, pero que si mueren todos entonces si habría motivos para desesperarse, y ello independientemente de, que crea o no en la reencarnación.

Como símbolos del inconsciente colectivo que son, algunos sueños reflejan con relativa frecuencia estos miedos globales. Un ejemplo lo constituye la ola gigante. ¿Por qué hay tanta gente que sueña con ella? A nivel simbólico el agua representa las emociones, pero en este te caso -y si creemos en la reencarnación- la ola gigante también podría estar haciendo referencia a los recuerdos inconscientes de aquellos que vivieron el cataclismo de la Atlántida.

Los sabios griegos de la antigüedad decían: "Conócete a ti mismo y conocerás a los dioses, conocerás el Universo". Una máxima que hoy puede poner en práctica el hombre actual, que ha logrado sustituir la superstición y el miedo por un desarrollo intelectual que le ha llevado a replantearse las antiguas ideas y, sobre todo, las explicaciones que hasta ahora le daban la religión y la ciencia ortodoxas sobre los grandes misterios. Ciertamente, ante este hombre se abre un nuevo mundo, un universo donde la lógica y el razonamiento pueden caminar de la mano de la intuición y las percepciones extrasensoriales.

Apoyándose en investigaciones sobre la mente, las energías e incluso la propia Física, el. hombre de finales del siglo XX podrá -por fin- tomar consciencia de su propia trayectoria espiritual.

Es ahora, además, cuando este hombre se da cuenta de que, lo importante es vivir los procesos porque todos ellos implican un crecimiento, independientemente de los resultados obtenidos. Comprende además -por observación- que lo que ha llegado a ser no es sino el resultado de todo lo que ¡in vivido anteriormente y que el mañana depende de su comportamiento presente.

La Vida -con mayúsculas-, su vida, como energía espiritual en evolución, le parece como un inmenso puzzle que hay que ir componiendo paso a paso. Y sabe que en cada una de sus vidas colocará una nueva pieza que necesariamente ha de estar relacionada con sus anteriores existencias en el plano físico, hasta que llegue el día, en que el gran mosaico de su ser integral esté completo y pueda reconocer su parte divina.

Mientras tanto, compensará su existencia actual con el sentimiento de permanencia en el recuerdo de las personas y con la seguridad de que está directamente implicado en el devenir de todos los acontecimientos, pues ahora ya sabe que no es un espectador, sino parte integrante -y como tal se siente- de un Todo mucho mayor, de un mega-holograma donde -por derecho propio- dispone de un lugar y donde cualquier cambio que se produzca será conocido inmediatamente por el resto del Universo, lo que le hace sentir que de, alguna manera, su esencia permanecerá para siempre.

Cuando nuestro cerebro tenga un mayor número de conexiones neuronales y sea capaz de captar energías etéricas es posible que la vida y la muerte, adquieran un significado muy diferente al que ahora tienen para nosotros. Probablemente lleguemos a comprobar que ambas corresponden a momentos o estados distintos de una sola existencia -la espiritual-, capaz de manifestarse en distintos planos. Y es posible que entonces, por fin, lleguemos a saber a quién nos estamos refiriendo cuando decimos: YO SOY.

¡Feliz descubrimiento!

CUARTO PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"El miedo a volver la vista atrás hace que la luz de delante ilumine sólo la mitad del camino".

Hay momentos, en la vida que supone claramente la culminación de un proceso. Se trata de etapas en las que algo nos obliga, irremediablemente, a hacer un alto en el camino y volver la vista atrás para realizar una profunda revisión de nuestra trayectoria hasta el momento presente. Generalmente, esa "parada" viene como consecuencia de crisis provocadas por conflictos afectivos, económicos, laborales, personales, de salud, de pérdida de algún ser querido, etc. El detonante puede ser diverso, pero el resultado es siempre el mismo: una profunda revisión de lo recorrido hasta el momento y la inquietud ante lo que queda por recorrer.

Uno de esos momentos "clave" en la vida de cualquier ser humano suele producirse en plena madurez, más o menos hacia la mitad de lo que se prevé un ciclo de vida normal. La Psicología clásica lo conoce como "la crisis de los cuarenta". Se trata de un periodo en el que la persona comienza a replantearse las circunstancias que la envuelven, realizando una valoración de lo que ha conseguido y volviendo la vista atrás para buscar en sus recuerdos los viejos proyectos de la juventud, las expectativas, planes, ilusiones y deseos del pasado. Es un proceso que a veces se inicia de forma un tanto inconsciente, pero que se, agudiza -y se vuelve cada vez más consciente- a medida que el tiempo transcurre.

Esta crisis supone, en un principio, una especia de reencuentro con la adolescencia y la juventud, con el idealismo que quedó atrás, con la ingenuidad, rebeldía e inconformismo, con la fuerza de convicción interna, con el saber "qué" y desconocer "cómo", con la sinceridad a ultranza, el gusto por el riesgo, la ausencia de límites o los objetivos frescos como un amanecer... Hasta que la persona retoma de nuevo su momento actual- y compara todo aquello con las hojas ya escritas de su vida con los logros actuales, con la -a veces "cruda"- realidad.

Y suele ocurrir que ésta -la realidad- le defrauda. Cuando se da cuenta de que muchos de aquellos proyectos quedaron ahogados en el tiempo por las circunstancias o que sus ideas dejaron paso a otras más acomodaticias, el individuo se siente invadido por el miedo, se da cuenta de que ha perdido oportunidades, que ha dejado de hacer cosas a las que no hubiera debido renunciar... y puede reaccionar intentando vivir todo aquello que se le ha escapado. Necesita vivir, a partir de ahora, mucho más, y además hacerlo muy deprisa porque ya no le queda tanto tiempo corno antes para conseguirlo.

A pesar de todo, no tarda en darse cuenta de que nada es igual y de que el pasado no puede sustituir al presente para rellenar los huecos que le faltan corno si se tratara de un puzzle que hay que completar. Es entonces cuando el miedo a no tener tiempo para hacer todo lo que se había propuesto hace presa en él. Un sentimiento de inseguridad comienza a invadirle y los primeros síntomas de la depresión hacen su aparición.

Sin embargo, podemos afrontar esta "revisión" vital desde otro punto de vista. Para ello, podemos tomar como ejemplo a las personas que han protagonizado procesos de muerte clínica, ya que ambos procesos son, en cierto modo, muy similares. Tal y como explica la doctora Edith Fiore en sus trabajos, estos pacientes después de haber sufrido una de estas experiencias, ven pasar ante sus ojos la película de los hechos más importantes de su vida, pero sienten que aún no es el momento de quedarse en ese plano porque aún tienen cosas que hacer en el mundo de los vivos. Esa visión supone une "toma de consciencia" que, a raíz de la experiencia, estos individuos cambian de forma notable su trayectoria.

Una postura que concuerda con las nuevas tendencias en Psicología, que -cada vez más orientadas hacia el conocimiento personal- nos enseñan a superar el mundo de las apariencias para plantearnos hipótesis mucho más trascendentes. Es así como el hombre de hoy puede, en el transcurso de estas crisis, llegar a hacerse preguntas tales como: ¿hay, como propugna la Filosofía perenne, un programa de vida prefijado antes de nacer? ¿Se trata, además, de un programa que tiene las linean maestras de lo que hemos venido a experimentar, tal y como parece desprenderse de algunas experiencias en sofrosis durante el estado perinatal? ¿No será que la nota vibratoria qua emite constantemente ese programa nos hace replantearnos el punto en el que estamos? ¿Son quizá las desviaciones con respecto a ese programa lo que nos hace sentirnos inquietos.

Cuestiones que, en todo caso, conducen al sujeto a enfrentarse con la escala de, valores que, paso a paso, ha ido construyendo a lo largo de la vida, obligándole a revisarla y reorganizarla.

Tenemos, pues, a un individuo inmerso en el proceso de replantearse sus esquemas mentales, un proceso que, con toda probabilidad le conducirá a valorar su pasado como un cúmulo de aprendizajes. Es entonces cuando el sujeto cae en la cuenta de que tan importante es conocer el camino como llegar al destino; es decir, el trayecto como la consecución del objetivo. Y es también entonces cuando comienza a apreciar, en sus relaciones con los demás, sutiles matices que, antes le habían pasado desapercibidos.

Porque -y eso es lo que "descubre" nuestro protagonista- cada uno de nosotros es la consecuencia directa de todas sus vivencias anteriores. Nadie es de una forma determinada por casualidad, porque sí. Por el contrario, la propia evolución -tan tremendamente ligada al aumento de consciencia- debe ser entendida históricamente, sin miedo y adoptando una actitud de continua revisión y autocrítica objetivas. Sólo de esta forma se pueden determinar con claridad los puntos de inflexión que colapsan nuestra evolución debido a posturas o conceptos que nos impiden avanzar. Y sólo de esta forma podemos descubrir, paralelamente, los caminos que aportan ideas y formas distintas de entender la vida más acorde con nuestras nuevas concepciones trascendentes.

"Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla" dice la famosa sentencia. Así pues, sea cual sea el pasado -que siempre estará ahí y ya no podremos modificar-, éste cumple siempre una función de referencia ya que representa la voz de la experiencia. Por eso hemos de mirarlo sin miedo. El presente, por su parte, es el "momento de poder" en el que debemos centrar nuestros esfuerzos para tomar consciencia de nosotros mismos y del por qué estarnos aquí, constituyendo paralelamente el instrumento que nos permitirá proyectar el futuro y decidir -conscientemente- cómo queremos ser el día de mañana.

QUINTO PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"Sólo los acordes de la sonrisa abren los candados de la intransigencia".

El hombre es el único ser vivo de la creación que anda en busca de conocimientos, sencillamente porque es el único que tiene consciencia y utiliza sus capacidades intelectuales para evolucionar. Obviamente, en los orígenes sus primeras ideas se centraron seguramente en conseguir alimento para sobrevivir y en perfeccionar utensilios o herramientas para defenderse; pero después, poco a poco, fue ampliando sus capacidades mentales, logrando modificar sus condiciones de vida. Luego, cuando ya su supervivencia estaba garantizada, fue capaz de elevar sus centros de interés hasta llegar a un punto en el que se centró en el desarrollo de su personalidad.

Y así, cada experiencia, cada aprendizaje, cada conocimiento adquirido, se convirtieron en los "ladrillos" que fue colocando para conformar el edificio de su personalidad, procurando que fuera estable. Sin embargo, lo cierto es que todos esos "ladrillos" no suelen tener el mismo tamaño o la misma forma, puesto que están modelados en cada caso por las creencias de todo tipo propias de la cultura en que uno se desenvuelve, por las formas establecidas, por los condicionamientos sociales, por sus circunstancias y, sobre todo, por la idea que nos hacemos de la realidad.

Por ello el proceso de construcción de la personalidad suele ser lento y se produce sobre todo en el primer tercio de nuestra vida. Luego, a partir de ese momento el comportamiento se ve afectado por una serie de "esquemas mentales", que no dejan de ser sino las "estructuras por donde discurren las ideas que conforman nuestra actitud ante las cosas". Proceso que se produce como un mecanismo más en la búsqueda de seguridad. ¿Y cómo se desarrolla? Pues, de forma muy resumida, uno obtiene los datos, las informaciones, razona y llega a una conclusión que, al asumir, incorpora como parte de su personalidad. Y aquí está el "peligro", porque a partir de ese momento uno no estará dispuesto a poner en tela de juicio esa "conclusión" ya que seria tanto como atentar contra la estabilidad del edificio que está poco a poco construyendo. En suma, se rechaza sistemáticamente cualquier opinión contraria o alternativa porque eso significaría modificar la base donde ha asentado todo lo que uno es, apareciendo entonces el temor a ser vulnerable. ¿Y qué se hace en esos casos? Sencillamente, intentar convencer a los demás con todo tipo de argumentos para fortalecer nuestra postura.

Pues bien, esa actitud de cerrazón a modificar las estructuras básicas de nuestro particular edificio, aunque éstas sean frágiles, termina por producir rigidez mental, una auténtica esclerosis de pensamientos. Y esa es la razón de que con el transcurso de los años, al entrar en la vejez, aparezcan manifestaciones de intransigencia, egoísmo, violencia verbal y, en definitiva, desarmor. ¿Y a cambio de qué? Pues de haber logrado convencer a los pocos que aún permanecen a su lado de sus verdades subjetivas.

¿Cree que merece la pena?

Nos guste o no, el aprendizaje social -sobre todo el religioso- en el que todos hemos estado inmersos, alimentándonos con creencias basadas en dogmas, nos ha hecho ir conformando algunos de esos esquemas que hoy actúan como auténticos corsés impidiéndonos crecer.

Por eso el quinto principio transpersonal vuelve a hablarnos de la necesidad de apertura, de flexibilidad, de cambio, en definitiva: "Sólo los acordes de la sonrisa abren los candados de la intransigencia" Y parece lógico que sea así, pues una actitud de intransigencia va en contra del respeto y la consideración que se debe tener hacia las ideas que son diferentes a las nuestras, y al no producirse el trasvase de información se llega al separatismo: cada uno construye su propio "castillo" (de ahí lo de "encastillamiento de posturas"), donde se atrinchera para defenderse de los demás y así evitar que le quiten su razón. Con lo que ya tenemos declarado el enfrentamiento (originado siempre por las ideas rígidas).

¿Y cómo salir de semejante círculo vicioso? ¿Cómo apartar los sentimientos de orgullo, de soberbia, de intolerancia que nos hacen mantener a ultranza nuestras posturas? ¿Cómo eliminar el miedo que produce cuestionarse los propias "verdades"?

Estamos viviendo una época donde la necesidad de seguridad a nivel personal, familiar, social, nacional e incluso plantario está provocando la aparición del control a ultranza. Pero en cuanto dos bloques de control chocan, surge el enfrentamiento y, como consecuencia aparece el descontrol y el caos.

El único camino posible, la cínica vía de entendimiento, sería tomar consciencia de que las ideas, los pensamientos, no sólo van acompañados por energía mental, sino que llevan como soporte una energía superior que podemos llamar "AMOR" y que, en este caso, sería el sentimiento de camaradería que debería existir entre los seres humanos.

Las puertas de la sabiduría, de la evolución, de la ampliación de consciencia están cerradas por pesados candados que se han quedado viejos y oxidados. ¿Cómo abrirlos? ¿Cómo abrí las puertas para que los aires renovadores limpien las brumas de la ignorancia, de la superstición y el miedo? Insistimos: el quinto punto transpersonal nos da una clave perfecta:

"Recurrir a los acordes de la sonrisa"

Porque, haciéndolo, podremos, en primer lugar, recuperar la actitud del niño, su avidez por descubrir, su afán por abrir su mente y su corazón a nuevas experiencias, su ilimitada capacidad de asombro, su eterna curiosidad por lo que no conoce, sus ganas de saber más.... Aunque tal vez surja entonces en nosotros el miedo a percibirnos pueriles, ingenuos o infantiles si nos observamos desde nuestra atalaya de adultos maduros y firmes. Sin embargo, si tan sólo fuéramos capaces de abrirnos ligeramente a esas posturas, descubriríamos cómo se va soltando parte de la pesada armadura con la que nos hemos ido revistiendo para protegernos de los demás. Podremos sentir cómo nuestro cuerpo se siente más liviano, como si se elevara ligeramente y cómo un sentimiento de expansión surge de dentro hacia fuera.

Y en segundo lugar, encontramos otro camino: la sonrisa. Nos hemos acostumbrado a dar tanta importancia a las cosas que nos ocurren que hemos investido hasta lo más superfluo de una trascendencia que raya en el absurdo cuando se analiza a la luz de la lógica. Y es que todo nos parece crucial, a todo damos carácter de fundamental. Vivimos de forma tan dramática el día a día que no reparamos en las referencias que nos ofrece la experiencia del pasado y, por tanto, nuestro futuro se ve siempre afectado por el desorden del presente. Por otro lado, ante la velocidad con la que se suceden los acontecimientos no nos tomamos el tiempo necesario para "colocar" las piezas de cada día y por eso nuestro "puzzle particular muestra una imagen desvirtuada.

La sonrisa es confianza, es acercamiento, es unión y, por tanto, integración. ¿Cuántas veces hemos derribado barreras impensables con una sonrisa? Ya la ciencia comienza a sorprenderse de cómo las actitudes mentales o los estados de ánimo influyen sobre la materia: de hecho hay multitud de experimentos que lo corroboran. Pues bien, siendo eso así, una actitud vital positiva, optimista, tendente a la unión, lograría el grado de vibración necesario para transformar cualquier situación y vernos favorecidos por ella.

El sentido del humor es un ingrediente fundamental de la evolución. Cuando una persona es capaz de desdramatizar, de hacer lo que cotidianamente llamamos "reírse de uno mismo",está poniendo en marcha mecanismos sutiles de percepción que elevan sus pensamientos a una banda vibratoria superior; y en ese nivel no tiene cabida el miedo.

La búsqueda de la felicidad es un impulso natural en el ser humano y ya vamos aprendiendo que para que ese estado se mantenga es absolutamente necesario que se genere dentro de nosotros mismos. El conocimiento -convertido, merced a la experiencia, en sabiduría-, nos ayudará a conseguir ese estado de equilibrio interior donde la tensión entre lo que genera nuestro espíritu y lo que vivimos en la realidad está compensada. Así podremos gozar de un cuerpo más sano, de unas energías mis potentes y de una mente más poderosa capaz de armonizarnos con lo y los que nos rodean.

Si aceptamos que la sonrisa desbloquea y libera, planteémonos cada día sonreír un poco más. Seremos más felices y contribuiremos a que los demás lo sean.

SEXTO PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"Las ideas que hacen avanzar a los hombres anidan en mentes situadas en lugares inaccesibles para los que no saben mirar"

Los científicos empiezan ya a comparar nuestra mente con un gran caleidoscopio multifacético y mágico que es capaz de recrear las más insospechadas figuras. Son tantos sus aspectos, tantas sus variantes, tantas sus posibilidades que resulta absolutamente impredecible el resultado final. Nos movemos en un terreno muy sutil donde la combinación de los numerosos elementos que influyen en el plano mental provoca nuevos caminos tan originales como Imprevisibles.

De ahí el handicap con que se encontraron algunas ciencias como la Psicología cuando intentaron reproducir en laboratorio las formas de comportamiento para establecer unos criterios uniformes sobre la personalidad de los individuos. Los experimentadores, cuando estaban a punto de refrendar sus hipótesis, se daban cuenta de que cualquier pequeña variante influía en el resultado, aunque el experimento se repitiese una y obra vez. Eso les llevó a concluir que el ser humano es un ente mucho mas complejo que un conjunto de células, órganos y sistemas que funcionan como el complicado engranaje de una maquinaría.

Hoy se tiene en cuenta la propia energía bioelectromagnética que interpenetra el cuerpo físico y, por supuesto, se considera, a la mente como el auténtico arquitecto del proyecto humano. Ya casi nadie duda de las interacciones entre estos tres niveles vibratorios y de cómo se influye desde los campos de mayor vibración -los más sutiles- sobre los más densos.

Pero la mente, hoy por hoy, sigue siendo un enigma difícil de descifrar. Cierto es que los avances en biología y fisiología del cerebro, así como la aplicación de la tecnología a la investigación, nos ha permitido tener un mapa bastante detallado de nuestro órgano pensante. Se sabe, merced a complicados aparatos de medición de frecuencias e impulsos bioeléctricos, qué áreas se activan ante determinados sentimientos o situaciones, qué sucede cuando recordamos, qué cuando soñamos, dónde se ubican los resortes del miedo y la agresividad, dónde los del afecto y el valor... Pero, sin embargo, la ciencia reconoce que esos son tan sólo los primeros pasos para descubrir el inmenso universo interior que supone el mundo de la mente.

Tal vez para poder completar -o mejor, complementar- el mapa de nuestro cerebro deberíamos, tal como nos aconseja el sexto principio transpersonal, saber "mirar" hacia dentro en lugar de hacia fuera. De hecho, la inspiración (acción de inspirar (inspirare) es atraer el aire exterior a los pulmones aunque en sentido más genérico podríamos decir que es aspirar, infundir o hacer nacer en el ánimo o la mente afectos, ideas, designios, etc.

En este sentido, es curioso que cuando nos asomamos a la biografía de alguno de los grandes genios de la humanidad encontramos un denominador común: en determinados momentos de su vida fueron capaces de conectar con un plano de sabiduría superior de donde obtuvieron la idea original para conformar después sus teorías. Así, todas las ciencias y las artes se han visto enriquecidas con aportaciones que, a veces obtenidas de formas insólitas, han hecho avanzar a la humanidad con un paso de gigante.

Hechos aparentemente fortuitos, "casualidades", "coincidencias", "sintonías","sincronicidades" han sido la punta del iceberg, donde se ha estrellado la curiosidad de muchos, impulsándolos después a profundizar en la búsqueda de respuestas y confirmaciones. Esa "musa" que inspiraba, ese sueño revelador, esa intuición "cogida al vuelo" fueron el combustible que sirvió para poner en marcha el motor mental capaz de producir después la teoría innovadora, el invento genial, la sinfonía maravillosa, el cuadro, la escultura, el descubrimiento...

Todos ellos fueron capaces de sintonizar con una energía externa a su propio cerebro que los proporcionó el primer ladrillo para construir el "edificio" en el que estaban empeñados. Aparentemente, ése es el comportamiento típico de nuestro hemisferio derecho (creatividad): productor de ideas, intuitivo, desordenado, total, global, inductivo, buscador de nuevos caminos y resultados correctos, origina, que se mueve en la atemporalidad y la multidimensión… Aspectos completamente opuestos a los que e representa nuestro hemisferio izquierdo (razonamiento): seleccionador de ideas, exacto, racional, ordenado, parcial, secuencial, deductivo, que avanza por caminos conocidos y le interesan los pasos correctos, no normativo, perceptor del tiempo en forma lineal que se mueve en tres dimensiones.

Las grandes ideas se han generado siempre a. través de la puerta abierta al mundo de la mente desde el hemisferio derecho de nuestro cerebro, si bien el trabajo posterior de nuestros hombres de ciencia y artistas fue concretar, experimentar, construir, materializar, dar forma, crear… lo intuido. Es decir, fueron capaces de traspasar las fronteras de de su cerebro y desplazarse hasta los confines del mundo de la mente.

¿Existe, tal y como aseguran las filosofías tradicionales y los esoteristas de todos los tiempos, un plano mental formado por seres que están generando de manera permanente ideas? ¿Se ocupan ellos de inspirar a los seres de planos de menor escala vibratoria? Si esto fuere cierto, se corroboraría el axioma "nada se inventa, todo se descubre", que tantas veces hemos oído pronunciar. ¿Estará funcionando constantemente esa fuente generadora de ideas? Si así fuese, disfrutaríamos de la oportunidad de acceder al conocimiento allí contenido o registrado únicamente sintonizando con esa banda vibratoria?

Por otro lado, ese gran plano del reino de la mente estaría emitiendo pensamientos constructivos y progresistas que podrían ser captados y traducidos por la mente de los seres humanos para avanzar en el camino de la evolución, constituyendo un instrumento para reencontrarnos con el sentimiento de trascendencia y de inclusión dentro de un Todo mucho mayor. Un sentimiento que en unas ocasiones cristalizarla en forma de ideas filosóficas y en otras nos llevaría, por, ejemplo, al descubrimiento de la doble espiral del ADN.

Pero, en cualquier caso, lo que nos estaría queriendo decir, es que el ser humano debe avanzar tanto en los aspectos materiales como en los espirituales, debe buscar nuevos caminos a través de la ciencia, pero también de la conciencia, hasta que llegado un momento determinado descubra que ambos caminos se han convertido en uno solo. Y todo parece indicar que cada vez estamos más cerca de ello.

SÉPTIMO PRINCIPIO TRANSPERSONAL

"Escuchar los cantos de las aves nocturnas hace al hombre identificar su conexión con la profundidad (el ser)".

La trayectoria seguida por la especie humana nos demuestra como ha sido capaz de superar las condiciones adversas de sus orígenes merced a su capacidad razonadora. De hecho, el cuerpo físico del ser humano es el resultado de múltiples adaptaciones al medio, gracias a las cuales fue acumulando experiencias que luego transmitiría vía genética a toda la especie. Siendo así como, de generación en generación, el hombre ha llevado impresa en sus células la orden que le ha servido para sobrevivir entre el temor a la muerte y la esperanza de la inmortalidad.

Por otra parte, todo apunta a que el ser humano intuyó casi desde el primer momento su esencia dual, probablemente al asociar, el aire y el aliento con un espíritu intangible capaz de pervivir a la muerte del cuerpo. Sentimiento de trascendencia que albergó dentro de sí, empujándole a buscar su origen. Luego en ese largo camino de "reencuentro" de "religarse" con Dios, instituyó religiones organizadas, escuelas, teorías, creencias... para terminar dándose cuenta de que en realidad es la experiencia personal lo que le da seguridad. Momento clave en el que empieza a ampliar su consciencia, arriesgándose a tomar decisiones en el ejercicio de su libre albedrío y rompiendo así los limites del miedo.

Lo que, de no haber hecho, no hubiera llevado al hombre a volar y a explorar la tierra, los mares y el espacio. ¿Será esa fuerza que late en su interior y que lo mueve a la evolución la reminiscencia de aquel primer impulso generador de vida -la gran explosión del Big-Bang- que debió quedar fijado entre los intrincados vericuetos de su cadena genética? Así, al menos, lo parece.

Lo cierto es, en cualquier caso, que en los momentos de lucidez, de comprensión, todo nos parece claro, el camino se extiende ante nosotros con los bordes nítidamente perfilados y el horizonte en la lejanía nos invita a seguir avanzando. Pero, ¿qué ocurre cuando llega la noche oscura del alma de la que hablan los místicos y que se traduce en incomprensión, dolor, cerrazón, falta de referencia..., en esas ocasiones en las que uno se siente desconectado, perdido, aislado? Pues ocurre lo mismo que, por ejemplo, en el caso de la navegación aérea.

Los aviones se sirven de radio-ayudas que emiten señales para indicarles el camino a seguir cuando no hay visibilidad; sin embargo, a veces, a pesar de tantos indicadores y sensores, necesitan la referencia exterior para encontrar su ruta.

Bueno, pues lo mismo sucede a los seres humanos: que aunque también disponemos de numerosos "medidores" que nos proporcionan información sobre nuestra trayectoria, y al igual que los aviones -que pueden sufrir interferencias electromagnéticas o eléctricas-, a veces tenemos dificultades para interpretar las señales. Así, en ocasiones es nuestro cuerpo físico el que envía alertas en forma de disfunciones o dolencias, siendo otras veces las emociones las que se alteran o nuestro equilibrio mental. Interferencias que se producen en la vida cotidiana por la interacción constante de todos cuantos nos rodean y del medio ambiente en el que vivimos.

Pues bien, en estas circunstancias, los "cantos de las aves nocturnas" a los que hace referencia el séptimo principio transpersonal son esas señales externas que nos están indicando que no es tamos solos y que el Sol volverá a levantarse por el Este al día siguiente y, con él, la posibilidad de ver nuevamente la luz. Porque el séptimo principio transpersonal nos conecta con esa seguridad de ser una parte del Todo.

Dicen las tradiciones esotéricas que, al ser generado por primera, vez corno chispa divina, el espíritu emite un sonido, una vibración -el nombre cósmico-.y que es precisamente esa primera nota vibratoria la que sirve al ser integral durante toda su existencia cono referencia para volver al origen del cual partió. Sería algo similar a lo que sucede con el color blanco y el resto de la gama cromática: que el primero sirve a los demás como referencia; una constante que, de hecho, también encontramos en la música.

Y son estos ejemplos que nos sirven para reflexionar sobre nuestra trayectoria espiritual. Porque si es cierto que un día el espíritu creado se convierte en creador -como dice la mística cristiana- y es capaz de manifestar el pensamiento eterno de creación en un plano mental que, a su vez, organiza el mundo de las energías para que éstas conformen y vitalicen el mundo físico, es lógico pensar que cada uno de esos planos de diferente nivel vibratorio estará situado en diferentes escalas (lo que en música se denomina una "octava mayor"). De forma que los superiores estarían emitiendo constantemente la referencia para que los inferiores vayan aumentando su vibración hasta lograr integrarse en el plano inmediatamente superior; con lo que, sucesivamente, cada uno ejercitaría presión sobre los más bajos.

Siendo así, el cuerpo físico terminará un día siendo tan sutil que se convertirá en energía etérica; energía que más tarde se especializará hasta convertirse en energía menta. Mente que, ascendiendo de nuevo, continuará evolucionando hasta la integración definitiva en el plano espiritual, el más elevado.

Para entenderlo, imaginemos un triángulo equilátero en cuya cúspide se generará la manifestación de la vida. Pues bien, el lado izquierdo correspondería al mundo de las masas inertes, los vegetales y los animales, en la base se asentarían los seres humanos con el comienzo de la manifestación conciente y en el lado derecho estarían las energías, la mente y el espíritu. Es decir, un camino evolutivo que permite al Ser reconocerse a sí mismo a través de su manifestación, pues sólo así será capaz de generar de generar después una nueva explosión de vida.

Ahora bien, para poder identificar esa nota más elevada es necesario estar atentos e identificar los filtros que la distorsionan -la luz, el color y el sonido interior- de forma que, el eliminándolos paulatinamente, consigamos hacer de nuestra personalidad externa la manifestación armónica de los planos superiores en nuestro nivel evolutivo.

* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario